sábado, 11 de diciembre de 2010

Nota sobre las Furias

En el mundo Oscurantista no existen seres más sufridos y crueles que aquellos denominados Furias. Estas criaturas miserables, demacradas en alma y esencia, encuentran en el sufrimiento ajeno un leve atisbo de consuelo a su condena. Su corazón ya no alberga remordimientos; en su totalidad se encuentra repleto de la negrura asoladora de los recuerdos tristes.

Las Furias, a diferencia de otros Oscurantistas, no llegan a serlo por deseo propio sino por lo adverso del destino. Víctimas de pérdidas irreparables, desmanes sociales y aberrantes maltratos sentimentales, las Furias se gestan a lo largo del tiempo destruyendo toda existencia de bienestar en su interior, sumiéndose en un letargo doloroso del que sólo la muerte indulgente los libera.

Lamentable es vivir sin un rumbo y a ciegas, pero más penoso es hacerlo sabiendo que lo único bueno puede ser el fin.

miércoles, 7 de julio de 2010

El 'cómo' con las chicas

A medida que uno profundiza en el estudio de ciencias nobles y útiles como la matemática, la física y la astronomía, dejando de lado todo aquello considerado por la plebe como 'cool', léase el cine de bajo presupuesto, la literatura prefabricada o la fotografía de guerrilla urbana, las consecuencias comienzan a hacerse evidentes no solo en el plano físico sino también en el social. Dicho esto, cabe aclarar que lo primero funciona como agravante de lo segundo, lo que termina de configurar un cuadro donde el infeliz se cree el héroe agobiado pero en realidad no es más que un goblin deforme condenado por mérito propio al desprecio general.

Esto no es de importancia para el sujeto en cuestión excepto cuando entran en la ecuación las incógnitas menos esperadas: las chicas. El tablero, ahora plagado de peones de buenas curvas, esbeltos alfiles y yeguas desaforadas requiere del planteo de una nueva estrategia. Nuestro jugador, ducho en mañas, se siente como pez en el agua en tanto ignora lo imprecedentes y erráticos que pueden ser los movimientos de las piezas en juego.

¿Cómo encarar una situación así? De momento, tengo en mente dos estrategias. Convengamos que nuestro punto fuerte es la lógica, y es por eso que DEBEMOS utilizarla.

Estrategia Nº1:

Todos conocen el clásico juego de palabras "Juan y Pinchame se fueron al río...", la clave está en saber utilizarlo a nuestro favor.

Uno se acerca a una dama y le propone: "Juan y Rompeme se fueron al río. Juan se ahogó, ¿quién quedó?" Si la chica en cuestión es lista, dirá "Rompeme", lo que nos habilita a hacer gala de nuestros dotes de sátiro. Si dice "Juan", evidentemente es idiota, podemos propasarnos con ella todo lo que queramos sin que se entere siquiera.

Estrategia Nº1, version 2:

Esta modificación es un jueguito que salió a última hora. Siguiendo la estructura del punto anterior, vemos que nuestras intenciones para con la señorita pueden quedar al descubierto en primera instancia, algo digno de llevarse varios carterazos, trompadas de algún novio celoso y, por qué no, un par de tiros de un hermano con pocas pulgas. Nosotros somos astutos, esa es la carta a la que debemos apostarle todas las fichas: usémosla bien.

Formulamos un acertijo tramposo: "Juan y Te rompo todo se fueron al río, Juan se ahogó, ¿quién quedó?". La mujer con un par de luces dirá "Te rompo todo", lo que en primer lugar podríamos tomar como una propuesta. Pero no conformes con esto, visto que es difícil que la iniciativa provenga de la víctima, nos mostramos confundidos y requerimos que nos corroboren preguntando: "¿Te rompo todo?". Ella, engañada por el flujo de la charla, dirá "Sí." ¿Qué más debo agregar? ¡Manos a la obra!

Estrategia Nº2:

Básicamente es una cuestión de lógica. La propuesta debe plantearse en una dicotomía que la vuelva innegable. Por ejemplo:

"Muchacha: si dices 'Hazme tuya.', quieres decir que no te haga manifiestas mis más nauseabundas perversiones. De lo contrario, si no dices nada o dices cualquier otra cosa, es porque quieres que te haga mía."

Ante la primera respuesta podemos asumir que la jovencita pronunció sus más profundos deseos, consecuentemente nos abalanzamos sobre su dote. En el caso opuesto seguimos lo pautado por el planteo original, es decir, comeremos carne de la buena. Tanto en uno u otro caso dimos la posibilidad de elegir (?).

NdA: hablar en español neutro con las mujeres ayuda, créanmenn.

miércoles, 9 de junio de 2010

Nawn! Ob-i-torii. (ii)

- ¡Correte! - gritó Alejandro al toparse con el muchacho de pulóver rojo que intencionalmente se interponía en su camino.

- Me parece que salir corriendo luego de lo que acaba de ocurrir no es lo más sensato. Te puedo ayudar si eso querés. - le respondió. Alejandro pudo ver en el rostro de contraparte que el ofrecimiento era auténtico. No parecía poder existir maldad alguna en esos ojos oscuros y tranquilos que lo miraban. Aún así, el odio, la violencia y el miedo que lo invadían lo obligaron a rechazar la oferta groseramente.

- Lo único que me interesa en este momento es llegar a mi casa, y rápido. Dejame pasar. - lo increpó mientras desviaba la mirada hacia el suelo y apartaba hacia un lado al chico de rojo.

- Bueno, si es lo que querés... -

Alejandro siguió caminando con paso apresurado. La cabeza le daba vueltas, no entendía lo que había ocurrido y en su desentendimiento los hechos se le volvían distantes. ¿Por qué no llegaron a golpearlo los automóviles? ¿Contra qué habían chocado? ¿Qué los destruyó?

Las sirenas de la policía comenzaron a escucharse a lo lejos. Seguramente alguien iba a alertarlos sobre él, en cualquier momento los iba a tener encima, era inevitable. Llegar a casa se volvía imposible, eran varios los kilómetros que lo separaban de ella y transitarlos a la carrera con las fuerzas de seguridad pisándole los talones era aún peor. Intentando una suerte de fuga comenzó a doblar en esquinas al azar; quizá así encontrarlo sería más difícil.

'Quiero llegar, necesito llegar', pensaba Alejandro para sus adentros.

Sabía que era imposible, y aún así lo ansiaba con todas sus fuerzas. El deseo se intensificón cuando vió a un patrullero irrumpir en la cuadra por la que iba transitando, pero... ¿qué cuadra? Los lugares le resultaban extrañamente muy familiares. ¡Era la cuadra de su casa! Sólo unos pocos metros más e iba a estar a salvo.

Al llegar a la puerta intentó coincidir la llave con la cerradura y abrirla, pero no hubo caso, algo no funcionaba como era debido. Sintió al patrullero aminorar la marcha. De seguro si actitud era sospechosa, estaba siendo demasiado evidente y no encontraba otro modo de entrar a su hogar.

El pánico hizo presa de él cuando la sirena dejó de oirse para dar lugar a dos portazos metálicos y pasos con botas sobre el asfalto. A modo de reflejo, siguió sus instintos. Deslizando su mano sobre la cerradura, pensó para sus adentros: 'Nawn! Ob-i-torii.' Escuchó con claridad el movimiento de los mecanismos de la cerradura y la puerta se abrió sin problemas.

Se apresuró a entrar y cerrar. Apoyó la espalda sobre una de las paredes del pasillo del ingreso y se dejó caer mientras un suspiro de alivio escapaba de su interior.

- Lograste llegar, Montesinos. Vení, tenemos varios temas para charlar. - le dijo una voz profunda desde la otra punta del corredor.

lunes, 31 de mayo de 2010

ie'vilá Phaolteria!

El profesor apenas iba por la primera mitad de la lista cuando josephine tomó sus cosas y se levantó del banco para marcharse a su casa, donde esperaba encontrar el descanso tan añorado desde la mañana. Con destreza singular logró esquivar a cada uno de los compañeros de curso que la separaban de la salida. Estaba agotada, las clases se le habían hecho insoportablemente largas y aburridas; todo lo veía demasiado obvio, la repetición le hartaba hasta cansarla.

Bajó apurada las escaleras hacia la planta baja y atravesó el portal a la calle mientras enganchaba los últimos botones de su piloto de paño oscuro. El frío le golpeó duramente en las mejillas. Pudo identificar con precisión el momento en su nariz comenzó a entumecerse; para resguardarse sacó una bufanda violeta y mullida de la mochila. La espumosa protección fue complementada con la capucha del abrigo. Negro, violeta y con las manos en los bolsillos encarón con paso acelerado las dos cuadras hasta la parada del micro, dejando a la intemperie sólo dos mechones de pelo amarillo que no permitieron ser ocultados.

La humedad de los últimos días había sido insoportable. El cielo se mantenía despejado y limpio y aún así las calles parecían haber soportado un intenso aguacero. Sola en el refugio de fierro esperó. Diez minutos fueron suficientes para que su colectivo apareciera, vacío, como era costumbre a esas horas, haciendo el viaje más largo de lo que ya de por sí era.

Sentada en uno de los últimos asientos individuales cedió al agotamiento y desplomó un costado de su cuerpo sobre la ventana. La vista se le perdió en el exterior y en las estrellas. 'Están ahí, pero quizá no estén ahí en realidad. Si tan sólo alguien pudiera alcanzarlas.', pensó. Segundos después perdió la noción de todo lo real y vivió un sueño mezclado con las ecuaciones de sus estudios, la inmensidad de todo y lo acotado de su existencia.

Logró despertarse a tiempo para bajar en su parada, como era habitual. Las pocas cuadras que le quedaban para llegar a casa le recordaron lo mucho que le gustaba escapar de ella. No fue la excepción.

Apenás abrió la puerta los pulmones se le inundaron con el aire rancio del abandono. El frío despiadado fue espantado por la violencia de la discusión diaria entre sus padres. Hizo oidos sordos y pretendiendo no existir se escabulló en su habitación. Apenas había dejado su mochila sobre la cama cuando el incendio le alcanzó. Su madre abrió la puerta de un portazo para hacerla partícipe del lagrimeo hipócrita que los dichos de su padre le generaban, mientras que el otro orquestaba el batifondo de incoherencias con insultos y amenazas. Distanciándose del conflicto, josephine optó por no responder.

La negación desencadenó, irónicamente, desesperación en la mujer e ira en el hombre. De pronto la discusión que le era ajena se transformó en un cuestionamiento inquisidor sobre sus maneras, su supuesta despreocupación por todo, su pelo desprolijo y demás sinrazones. No lo soportó mucho; con un tajante '¡Basta!' abandonó su cuarto dejando atrás los lamentos de una y las acusaciones de otro.

Corrió sin recordar el clima adverso hacia el patio, trepó las rejas de una de las ventanas y se sentó, sola, sobre la chapa helada del techo. Se sentía cansada en el cuerpo, en la mente y en el corazón. La presión de vivir cada segundo de esta manera la llevó a lo más profundo de la tristeza, que se vió reflejada en pequeñas gotitas escapando de sus ojos azules. Varios minutos pasó sentada dejando caer lágrimas y limpiándose la nariz con las puntas del pelo. El sueño que sentía se intensificó con el llanto, pero bajar a la casa a dormir no le resultaba una opción válida.

Se acostó sobre el canto de una medianera, proyectando su mirada al infinito y siendo un astro más en la noche con rayos de cabello dorado desparramados en la inmundicia de la construccion. Recordó parte de su sueño en el viaje a casa, y volvió a pensar en las estrellas. Los ojos, inmersos en el resplandor gélido de cada una de sus amigas nocturnas volvieron a cargarse de agua, esta vez teñida de impotencia.

Quería estar ahí. No importa donde, ahí. Ser única e irrepetible, brillar siempre y regalar luz a quien la pidiera. Era tan lejano, infantil e irrelevante lo que le pasaba que se sintió mal consigo misma por aferrarse a imposibles, por despegarse del materialismo lapidante del mundo en busca de soluciones. Al instante lamentó haberse traicionado y abrazó con más fuerza los sueños en su mente. El agotamiento extremo forzó la caída de sus párpados y la dejó abandonada en la espesura de la noche.

...

El viento se sintió inusualmente fuerte y limpio cuando le golpeó la cara y atinó a arrugarle el piloto que la protegía. Abrió los ojos y se encontró rodeada de oscuridad. Delante, detrás, a los costados, arriba... y debajo encontró una inmensidad de destellos. Luces de ciudad. Estaba volando.

...

La adrenalina del sueño la despertó con un espasmo que la hizo caer de la medianera. Se golpeó duramente al aterrizar sobre su hombro derecho. Nada más representativo para volver al mundo real.

Aún era de noche, aún brillaban las estrellas en el cielo y aún detestaba tener que volver a la casa y participar del calvario que le significaba vivir en una rueda de sometimiento y maltrato. No, esa vez iba a ser diferente.

Con sigilo subió nuevamente a la medianera y caminó hasta su límite sobre la calle. Y con la nada delante decidió dar el paso inicial en la escalera de los sueños que la mantenían con vida. Su cuerpo se precipitó rápidamente contra el suelo.

'¡No! ¡No puede ser! ¿Qué sentido hay en existir donde lo que es es menos de lo que soñamos y lo que pensamos no puede existir?' pensó mientras caia.

'¡NO LO QUIERO!'. Y en su interior el corazón le comenzó a arder.

Fue antes de estrellarse contra el empedrado cuando su conciencia estalló.

¡ie'vilá Phaolteria!

La punta de goma de sus zapatillas tocaron con suavidad el piso húmedo y actuaron como una lanzadera al cielo de josephine. Ya no era un sueño: el viento le recorría cada ángulo de la cara y volaba junto a su cabello con júbilo. La sonrisa volvió al rostro de la chica mientra debajo se extendían casas, caminos, fábricas, arroyos y existencias magras. Voló sobre lo insignificante y se posó sobre las alturas de las construcciones que los mediocres pretenciosos elevaban hacia el cielo.

Su hogar quedó en la distancia y se perdió de vista. Nunca más regresó.

jueves, 4 de febrero de 2010

Maia I'Pheria

La envidia es uno de los sentimientos más oscuros y destructivos que puede albergar el corazón de una persona. No sólo provoca malestar en el pobre incauto que le dé lugar, sino que corroe con el tiempo toda expresión de singularidad, del propio ser. Lo que llamarías "lo mío" pasa a ser "lo del otro", "lo de ellos".

La flagelación total del yo desemboca, finalmente, en un cinismo digno de un psicópata. El odio que el envidioso siente por sí mismo se refleja en su totalidad en el odio que expresa sobre su entorno y, a su vez, le otorga inmunidad emocional para proceder con las acciones que lo acerquen a su cometido.

Los objetos de envidia son infinitos; siempre surge algo más para pretender. Esto da lugar a la terrible que significa el fin del envidioso: o abandona los objetivos con total resignación, o los persigue hasta desintegrarse de todas las formas posibles.

El envidioso que articula las acciones del relato que pasa a ilustrar estas reflexiones se llama David. Es un tipo sin mayores penas o logros, profundamente sumergido en la rutina del profesional que no ha conseguido avanzar en lo suyo y se encuentra condenado a una vida de servicios para aquellos quienes supieron, aparentemente, mover mejor las fichas en el tablero del tiempo. "David, hacé esto.", "David, hacé lo otro.", "David, terminá aquello.", es lo único que los mortales se dignan a decirle.

[falta terminar...]