martes, 22 de enero de 2013

"Me mataste"

- Matame. - me dijo. - Matame, por favor

En aquel cuarto oscuro de alquiler, la humedad y la pulsión de muerte se disputaban el dominio del ambiente. Los últimos rayos de sol, pálidos, se escurrían entre los jirones verdemarrón de lo que alguna vez supo ser la cortina de la única ventana de la habitación. Sobre la cabecera del sillón, regalos inútiles y hediondos colaborando al sopor. Sobre el sillón, ella. Sobre la mesita, el verdugo cuchillo.

- Te pido que me mates, no quiero vivir más.

Dos semanas atrás, caminábamos de la mano bajo los árboles del río y sobre el muelle, sonreíamos. Anormales, exhaustos y excitados nos jurábamos eternos. Y ahora, ella ahí, ahí recostada y moribunda y yo desparramado en lamentos.

Un par de hechos, no más, hacen a un tercero; terceros afectan a uno, uno descarga sobre otro uno. La puerta de la casa se abre dejando escapar las cenizas de un día feliz y permitiendo la entrada de la desesperación. A ella se la devora la noche. La saborea, la degusta, la percibe, la disfruta. La mastica. La destroza y vomita sus pedazos embebidos en incertidumbre biliar.

- Cobarde. Matame.

El escape sentencia y la búsqueda es la condena. Nueve días de búsqueda se transforman en nueve vidas que sólo quieren morir. Como ella, recostada en aquel antro que supo darle refugio del camino sin retorno de la indiferencia, empedrado con lo violento, suplicando el empujón hacia el desfiladero por el que inevitablemente caería.

Por qué tenía que ser así, por qué no más árboles y ríos y muelles y sonrisas. Por qué talar bosques, por qué secar arroyos, por qué hundir barcos, por qué sembrar penas. Y si lo mágico era poco, por qué no hacer más magia. Ahora ya no había solución, el impulso de esa noche se transformó en destrucción catalizada por la demencia del hombre y sintetizada en los golpes que le destruyeron venas y huesos, órganos y arterias. La mistura de lo que más quise pedía una vuelta más para colapsar finalmente.

- Agarrá ese cuchillo y matame.

Dónde iba a aterrizar yo si caía eternamente en negro, si el recuerdo de las caricias se contaminaba viendo al cuchillo rasgar su piel. Si mis lágrimas abrazaban la sangre que brotaba de su cuerpo, y mis tripas se convulsionaban al ritmo de las suyas. Y mi corazón se apagaba para siempre cuando el último brillo en sus ojos me dijo muy adentro: "Me mataste".