domingo, 3 de junio de 2012

Vos. Siempre. Acá.

Anoche volví a soñar con ella. Qué más da, sucedió y ya. Uno no puede decidir qué sueña y qué no, es una conclusión a la que llegué luego de varios meses de investigación.

Pensé que se había muerto, que había desaparecido y que no la iba a ver nunca más. Pero volvió.

Yo estaba triste. De pronto, recibo una caja llena de cartas y recortes de papel. Agarro uno en particular: era una hoja larga, hecha de recortes de papel cuadriculador de carpeta, como las que usan los niños en la escuela. Tenía forma de corbata y se plegaba. Estaba escrita con crayón y lápiz mal afilado.

¿Qué decía? Decía que alguien me quería, que siempre me había querido, desde que me conoció. También decía que nunca había querido a nadie. Por mí, por conocerme a mí.

No lo dudé. Sabía quién era, sabía dónde encontrarla y, por sobre todas las cosas, sabía que me quería, que me aceptaba y que me iba a estar esperando con los brazos abiertos.

La encontré en la calle. Estaba tan linda como siempre: el pelo castaño hasta el cuello, desprolijo, la cara blanca y perfecta, con un leve rosado, y los ojos azules increíbles. Me vió y sonrió, se sonrojó un poco. Le hablé sin dudarlo un instante, nos reimos, comentamos estupideces, caminamos. Como había sucedido antes. Como me gusta que suceda.

Ella nunca había querido querer a nadie. Una allegada me comentó que, desde que me conoció, se encerró en mí y no quizo saber nada con la plebe. Se hizo de noche, caminábamos por una calle con la vereda rota, y nos detuvimos. Me sonreía y yo me moría de ganas de abrazarla. No lo resistí más, lo hice y ella se sonrió aún más. La miré y nos dimos el beso más bonito que pudiera existir. Luego nos enredamos con la mirada y le dije 'Ya está'. Era un yastá diferente, no como lo entendía hasta entonces, un yastá de un final infeliz: este era uno de principio, uno de aventura, uno de regocijo, abrazo y felicidad. Ella estaba contentísima y me abrazaba fuerte.

En este punto, cabe hacer una aclaración: me sentía un poco culpable. Me sentía mal por no corresponderle, por no "haber esperado". Ella había conservado todas las ganas de ser con un otro para mí; yo no, ya tenía mis cositas encima. La aflicción duró un par de segundos. Es difícil construir recuerdos, ay, ¡pero es tan fácil descartarlos!.

El sueño terminaba en un día frío; una noche, mejor dicho. Estabamos tirados en mi cama, tapados con mi frazada mágica iffigiana, mirándonos como dos idiotas, riéndonos de esa magia violeta que manaba de los ojos del otro. Ella me jugaba con la nariz, se acercaba y golpeaba la mía. De a ratos se escondía bajo la frazada y, aún en la oscuridad, podían verse brillar sus ojos. Está llena de luz, y me gusta.

Al final, nos dormíamos. Y al dormirme en el sueño, me desperté en la realidad. Realidad que, al fin y al cabo, no deja lugar a los sueños y resulta ser más dura que la dotación de un vikingo empalador al cual, sin embargo, nos rendiríamos por su fama de ser un monstruo en la cama.