lunes, 31 de mayo de 2010

ie'vilá Phaolteria!

El profesor apenas iba por la primera mitad de la lista cuando josephine tomó sus cosas y se levantó del banco para marcharse a su casa, donde esperaba encontrar el descanso tan añorado desde la mañana. Con destreza singular logró esquivar a cada uno de los compañeros de curso que la separaban de la salida. Estaba agotada, las clases se le habían hecho insoportablemente largas y aburridas; todo lo veía demasiado obvio, la repetición le hartaba hasta cansarla.

Bajó apurada las escaleras hacia la planta baja y atravesó el portal a la calle mientras enganchaba los últimos botones de su piloto de paño oscuro. El frío le golpeó duramente en las mejillas. Pudo identificar con precisión el momento en su nariz comenzó a entumecerse; para resguardarse sacó una bufanda violeta y mullida de la mochila. La espumosa protección fue complementada con la capucha del abrigo. Negro, violeta y con las manos en los bolsillos encarón con paso acelerado las dos cuadras hasta la parada del micro, dejando a la intemperie sólo dos mechones de pelo amarillo que no permitieron ser ocultados.

La humedad de los últimos días había sido insoportable. El cielo se mantenía despejado y limpio y aún así las calles parecían haber soportado un intenso aguacero. Sola en el refugio de fierro esperó. Diez minutos fueron suficientes para que su colectivo apareciera, vacío, como era costumbre a esas horas, haciendo el viaje más largo de lo que ya de por sí era.

Sentada en uno de los últimos asientos individuales cedió al agotamiento y desplomó un costado de su cuerpo sobre la ventana. La vista se le perdió en el exterior y en las estrellas. 'Están ahí, pero quizá no estén ahí en realidad. Si tan sólo alguien pudiera alcanzarlas.', pensó. Segundos después perdió la noción de todo lo real y vivió un sueño mezclado con las ecuaciones de sus estudios, la inmensidad de todo y lo acotado de su existencia.

Logró despertarse a tiempo para bajar en su parada, como era habitual. Las pocas cuadras que le quedaban para llegar a casa le recordaron lo mucho que le gustaba escapar de ella. No fue la excepción.

Apenás abrió la puerta los pulmones se le inundaron con el aire rancio del abandono. El frío despiadado fue espantado por la violencia de la discusión diaria entre sus padres. Hizo oidos sordos y pretendiendo no existir se escabulló en su habitación. Apenas había dejado su mochila sobre la cama cuando el incendio le alcanzó. Su madre abrió la puerta de un portazo para hacerla partícipe del lagrimeo hipócrita que los dichos de su padre le generaban, mientras que el otro orquestaba el batifondo de incoherencias con insultos y amenazas. Distanciándose del conflicto, josephine optó por no responder.

La negación desencadenó, irónicamente, desesperación en la mujer e ira en el hombre. De pronto la discusión que le era ajena se transformó en un cuestionamiento inquisidor sobre sus maneras, su supuesta despreocupación por todo, su pelo desprolijo y demás sinrazones. No lo soportó mucho; con un tajante '¡Basta!' abandonó su cuarto dejando atrás los lamentos de una y las acusaciones de otro.

Corrió sin recordar el clima adverso hacia el patio, trepó las rejas de una de las ventanas y se sentó, sola, sobre la chapa helada del techo. Se sentía cansada en el cuerpo, en la mente y en el corazón. La presión de vivir cada segundo de esta manera la llevó a lo más profundo de la tristeza, que se vió reflejada en pequeñas gotitas escapando de sus ojos azules. Varios minutos pasó sentada dejando caer lágrimas y limpiándose la nariz con las puntas del pelo. El sueño que sentía se intensificó con el llanto, pero bajar a la casa a dormir no le resultaba una opción válida.

Se acostó sobre el canto de una medianera, proyectando su mirada al infinito y siendo un astro más en la noche con rayos de cabello dorado desparramados en la inmundicia de la construccion. Recordó parte de su sueño en el viaje a casa, y volvió a pensar en las estrellas. Los ojos, inmersos en el resplandor gélido de cada una de sus amigas nocturnas volvieron a cargarse de agua, esta vez teñida de impotencia.

Quería estar ahí. No importa donde, ahí. Ser única e irrepetible, brillar siempre y regalar luz a quien la pidiera. Era tan lejano, infantil e irrelevante lo que le pasaba que se sintió mal consigo misma por aferrarse a imposibles, por despegarse del materialismo lapidante del mundo en busca de soluciones. Al instante lamentó haberse traicionado y abrazó con más fuerza los sueños en su mente. El agotamiento extremo forzó la caída de sus párpados y la dejó abandonada en la espesura de la noche.

...

El viento se sintió inusualmente fuerte y limpio cuando le golpeó la cara y atinó a arrugarle el piloto que la protegía. Abrió los ojos y se encontró rodeada de oscuridad. Delante, detrás, a los costados, arriba... y debajo encontró una inmensidad de destellos. Luces de ciudad. Estaba volando.

...

La adrenalina del sueño la despertó con un espasmo que la hizo caer de la medianera. Se golpeó duramente al aterrizar sobre su hombro derecho. Nada más representativo para volver al mundo real.

Aún era de noche, aún brillaban las estrellas en el cielo y aún detestaba tener que volver a la casa y participar del calvario que le significaba vivir en una rueda de sometimiento y maltrato. No, esa vez iba a ser diferente.

Con sigilo subió nuevamente a la medianera y caminó hasta su límite sobre la calle. Y con la nada delante decidió dar el paso inicial en la escalera de los sueños que la mantenían con vida. Su cuerpo se precipitó rápidamente contra el suelo.

'¡No! ¡No puede ser! ¿Qué sentido hay en existir donde lo que es es menos de lo que soñamos y lo que pensamos no puede existir?' pensó mientras caia.

'¡NO LO QUIERO!'. Y en su interior el corazón le comenzó a arder.

Fue antes de estrellarse contra el empedrado cuando su conciencia estalló.

¡ie'vilá Phaolteria!

La punta de goma de sus zapatillas tocaron con suavidad el piso húmedo y actuaron como una lanzadera al cielo de josephine. Ya no era un sueño: el viento le recorría cada ángulo de la cara y volaba junto a su cabello con júbilo. La sonrisa volvió al rostro de la chica mientra debajo se extendían casas, caminos, fábricas, arroyos y existencias magras. Voló sobre lo insignificante y se posó sobre las alturas de las construcciones que los mediocres pretenciosos elevaban hacia el cielo.

Su hogar quedó en la distancia y se perdió de vista. Nunca más regresó.

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