domingo, 6 de septiembre de 2009

La chica de la ferretería (IVc)

Ahí, con la ventana empañada resguardando la explosión de las gotas, la cara helada por el frío del tiempo pero la panza y el corazón tibio por la taza de chocolate, sentí lo maravilloso de estar ahí con más intensidad. Ver el patio era sólo una excusa para perder la mirada en un sinfín gris y sumerger la imaginación en los torrentes más dulces.

'Ahora ella se acerca, me agarra del brazo y se tira sobre mi hombro'.

'No, se apoya sobre la ventana enfrentándome, sonríe y al son de un te quiero me muerde el cachete'.


La cabeza me daba vueltas, y lo simpático de la situación que vivía me llenaba las venas con un salpicré de estrellitas de colores con olor a frutillas y manzanas.

- Hey, no te me duermas. - dijo, con una sonrisa delineada por un bigote de chocolate.

- Ah, perdón. Es que tus baldosas me hacen acordar a un lugar y no recuerdo bien cuál. - balbuceé, y me apuré a tomar el poco de chocolatada que me quedaba para obligarme a cerrar al boca.

- Bueno, otro día con menos lluvia podés venir y nos sentamos en el patio a recordar todo lo que quieras. Ahora vamos a dejar las cosas en la cocina, si ya terminaste. - agregó ella.

'¿Cómo? ¿Me estaba invitando a volver? ¿Por qué haría algo así? No, momento. Basta de preguntarme los porqué de las cosas; eso ya lo decidí hace rato. Me está invitando y ya. La única reacción que me permito es ponerme feliz por ello.', pensé.

Regresamos a la cocina y dejamos las tazas sobre la mesada, ahora levemente iluminada por las últimas luces del día que se escurrían a través del mosquitero, una vez vencida la lluvia y habiendo quebrado el manto plomizo que nos negaba el cielo.

Ya con las manos libres, ella dió un saltito hacia la mesa y agarró una galletita del tarro.

- Me re gustó tomar la merienda con vos. - pronunció, escabullendo la mirada entre los mosaicos del suelo.

- A mí también me gustó. Tu chocolatada es genial. Y, bueno, ahora me tendría que ir yendo. - le confesé.

Ahora, seamos francos: no me tenía que ir de ahí. De hecho, no me hubiera ido nunca. Los colores, la luz escapando de cada rincón, el olor a patio mojado y, por sobre todas las cosas, ella. Pero ya preveía la situación, y meterme en un bucle de conclusiones y extensiones de la visita no era algo que quisiera hacer.

Me acompañó hasta la puerta de la casa y allí se quedó.

- Supongo que nos vemos luego. - me dijo.

- Probablemente. - y se me escapó, entre la comisura de los labios, una sonrisa. Era imposible ocultar todo lo que me explotaba por dentro. Ella se percató de esto y me despidió con otra sonrisa.

- Chau.

Con un gesto de manos, volví para mi casa.

Había pasado un momento increíble. Lo que había comenzado como un día gris y enfermizo terminó con un cielo anaranjado que luego se llenó de estrellas, y conmigo repuesto y alegre. La chica de la ferretería me había hecho mejor que cualquier brebaje del boticario. Y lleno de color y extasiado, me fui a dormir esa noche reviviendo el sabor a chocolate de una tarde única.

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