miércoles, 9 de noviembre de 2011

De la grandeza de Pekín y el paternalismo como constructor del virtualismo

Pekín es una ciudad muy grande. Tanto lo es que pretender describir su grandeza con seis letras y un "muy" enfático es similar a dibujar a Dios viejo, canoso y barbudo. El adjetivo "grande" le queda chico a una ciudad como Pekín.

En Pekín hay tantas calles, plazas y avenidas como chinos en la China. Afortunadamente la mayoria de los chinos se llama Lee, por lo que disputas como quién tiene la vereda más limpia o qué plaza menos palomas son poco frecuentes. De todas formas esto no es inconveniente para que los chinos peleen. En una ciudad tan grande como Pekín sentirse nada y desesperar es fácil, y, en ese caso, desquitarse con algún infeliz que pase una buena salida catártica. Todos necesitamos sacudir a un chino de vez en cuando.

Aquellos maricones "humanistas", en cambio, optan por consultar al viejo que vive en el quinto piso sobre la verdulería de la señora Lee. Un tipo muy sabio según dicen; muchos años vividos, varios hijos criados y perdidos y, por supuesto, alguna que otra guerra peleada. Hace varios siglos que no hay guerras en la China, pero "soy viejo, déjeme recordar en paz".

Todas las tardes y mañanas el viejo baja con su reposera a la vereda y se sienta al lado de los cajones de frutas. No tarda en llegar la futura parturienta llorando porque teme que su flamante marido la deje por otra. "Va a estar todo bien", dice el viejo, y la joven se va tranquila. Es viejo, seguro tiene razón.

Al mediodía pasan las madres y cientos de chinitos. Van y vuelve a la escuela. No falta la china gorda que sujetando al mocoso del brazo le pregunta al señor de avanzada edad sobre los síntomas de alguna que otra peste que azote al país o las malas calificaciones en Historia y Geografía. "Va a estar todo bien", dice el viejo. Y la madre se va tranquila.

Caída la tarde siempre atiende a algún jovencito asustado por la vida. Las preguntas no determinan a la respuesta. "Va a estar todo bien", dice el viejo, y los muchachos se van aliviados.

Antes de levantarse y cerrar su reposera para volver a su hogar, algún caballero de noble familia lo frena y, monedas de por medio, le pregunta sobre la fidelidad de su esposa, el rumbo de los negocios o la lealtad y confidencia de sus hijos. A cambio de los cobres, el viejo dice: "va a estar todo bien". Y el hombre se va feliz.

Agobiado por los problemas de la gente el viejo sube a su cuarto a descansar. Todas las noches saca de su almohada un sobrecito con una foto. Son sus padres, o al menos eso cree él, ciegamente, a pesar de que el hombre retratado carezca de rasgos chinos. Ni siquiera podría afirmarse que se trata de una foto; la publicidad de puré de papas deshidratado que se observa en el reverso da indicios de ser el recorte de alguna revista. Al pie de la foto, a modo de diálogo dice: "Tengo miedo"; "Va a estar todo bien".

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