viernes, 6 de febrero de 2009

La chica de la ferretería (I)

Dejemos de lado el pensamiento abstracto y casi precognitivo para sumergirnos por unos minutos en el infame pero curioso mundo de la investigación sociológica.

Hoy voy a demostrarles como en veinte minutos y con un presupuesto inferior a los $10 pueden experimentarse todas las sensaciones de un viaje con dos semanas de estadía en la costa; obviamente, con un presupuesto mucho mayor.

Cualquier persona con un poco de curiosidad por el funcionamiento de las cosas y una flamante conexión a Internet mediante cablemódem se preguntaría: ¿puedo sacarle más provecho a mi abono mensual? Visto que este tipo de conexiones se realiza utilizando el mismo tendido de la TV paga, uno instantáneamente comienza a experimentar si puede gozar de los casi setenta canales en forma 'gratuita'. La respuesta es sí. Totalmente ilegal, pero técnicamente se puede.***

Por cuestiones obvias, no voy a detallar el procedimiento teórico. Además, no viene al caso.

La necesidad de 'experimentar' era cada vez mayor, por lo que, una vez listados los materiales necesarios para comprobar mi hipótesis, me dirigí a... La Ferretería. Lugar de misterios. Cuando uno entra a una ferretería lo primero que se pregunta es la edad del ferretero. Seres casi inmortales que pueden memorizar marca, modelo, longitud y uso de clavos, tornillos, tubos, cables, etc. No hay técnica de 'reparación casera' que un ferretero no conozca. A veces sospecho que existe una Escuela Secreto de Ferreteros donde son entrenados desde pequeños en el sutil y refinado arte de servir en una ferretería.

Ya en el local, me apresuré a obtener mi número (lo que significó varios momentos de riña y miradas asesinas con una vieja que, luego me enteré, buscaba cueritos para canillas). Tres personas estaban antes que yo. Atendían el ferretero y su joven discípulo, su hijo.

El primer cliente fue rápidamente despachado por el joven aprendiz luego de varios metros de caño de PVC de 5". Solo bastaba con que uno de los dos empleados concluyera con su respectivo cliente para que se me atendiera. Pero la espera fue eterna. El Maestro Ferretero intentaba explicarle a un confundido pelado las dosis justas de cloro para mantener una pileta, pero visto que el calvo señor ignoraba las dimensiones de la misma, discutieron un rato hasta llegar a un acuerdo 'pacífico'. El hijo del ferretero se veía atacado por un señor que practicamente requería todos los tipos de clavos y tornillos inventados por el hombre, lo cual significó varios viajes al depósito por parte del muchacho, trayendo muestras que inmediatamente resultaba rechazadas.

Casi enojado por la espera (analogía de las largas colas que se forman en la ruta, o los peajes, o para comprar un plato de ñoquis en el restaurante de moda), opté por irme y volver 'otro día'. Entonces le vi. Una cabeza rubia cruzó la puerta de la ferretería, acompañando a una figura soberbia. El Maestro Ferretero vió la llegada de refuerzos y, escapando de las preguntas del pelado por un instante, grito: 'Hija, ayudame a atender'. Ella se acercó al pinche con los números, y lo dijo. '31'. Nunca voy a olvidar esa cifra (analogía con ganar en el casino, y el/la chico/a bonito/a que siempre nos deslumbra).

Sintiéndome la persona más afortunada del Universo, me acerqué para realizar mi pedido. 'Hola, ¿qué andás buscando?', me dijo. 'Hola, preciso un splitter para señal de TV, que maneje las frecuencias más altas posibles y tenga poca pérdida'. Con maestría, ella se dirigió a los estantes y volvió, en cuestión de segundos, con lo que había pedido. '¿Te sirve este?'. 'Si'. '¿Buscabas algo más?'. 'Si, por favor, mostrame qué modelos tenés para fichas de pin fino que tenés para cable coaxil'. 'Ahora te las traigo'.

Y volvió con un cajón, lleno de divisores, con toda la variedad de fichas para cable coaxil que un hombre pueda imaginar. Luego de inspeccionar un rato, me decidí por un casillero y, atrevido, quise tomar una, pero al mismo tiempo ella dijo: 'Esta es la que más llevan, fijate que...' y colocó su mano donde yo. Nuestras pieles se rozaron, y a modo de reflejo nos miramos a los ojos. Ninguno dijo nada, toda palabra estaba de más.

'Si querés llevá una, probala, sino te sirve la cambiás, no hay problema'. 'Voy a hacer eso entonces, gracias'. Le pedí que me diera dos de las fichas, luego dos extensiones de un metro de cable coaxil; pero ya estaba desencantado.

Mi tiempo se terminaba, pagué ($1,50 ambas fichas, $3,50 el splitter, $2 los dos cables) y me fuí. 'Chau', me dijo ella al salir. 'Chau', dije yo, fríamente.

Volví a mi casa, y pensé. Toda la relación había sido casual; todo se construyó dentro de un marco que preveía las situaciones y las volvía inevitables. Como las relaciones de verano, esta se había dado simplemente porque era su obligación existir. Los juramentos de amor eterno, en ambos casos, llaman eternidad a algo que caduca el 21 de Marzo, o al momento de pagar. Sin embargo, sin ellos, esos mismos períodos de tiempo (dos semanas en la costa, o veinte minutos en la ferretería), no tendrían sentido.

Me tiré sobre mi cama, y lloré.

Los experimentos los dejé para otro día.

4 comentarios:

  1. jajajaja,
    Olivia no es una sucia y vos no entrás en mis generalidades primero porque sos un superhéroe y segundo porque hablo de uno, no de vos ,ni de ellos, ni de yo, ni de un cualquiera. De Uno tal cual uno.
    Ay,ay,.

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  2. y vos sabés que siempre me gustó este te xto.

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  3. Lloraste?

    Buen, a lo que iba.
    Para un espiritu tan poderoso, Pichichu es suficiente.
    Se llama así posta.
    Y es bien macho,

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  4. Acabo de catalogarte como persona brillante. Todo el bla bla sobre las ferreterías me hizo pensar en aventuras épicas y el final es tan requetehumano que dios. Sí, acabo de catalogarte como persona brillante.

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